domingo, 25 de noviembre de 2007

¡Nos invaden!



Nos habíamos acostado hacía tan sólo unos minutos, cuando un ruido sordo y lejano hizo que los dos levantásemos la cabeza, yo le pregunté a mi esposo sobre la procedencia de ese sonido, a lo que él me contestó que posiblemente se trataba de una tormenta aún lejana, pero el sonido era demasiado acompasado como para que fueran truenos.
Y a menos que San Pedro hubiera organizado una farra por todo lo alto en el cielo y estuviera orquestando alguna tempestad para beneplácito de los invitados, aquello no era una tormenta.
El sonido no cesaba, así que los dos a una e impulsados por un resorte invisible, saltamos de la cama y corriendo nos fuimos hasta la otra punta del apartamento, donde teníamos una gran terraza con una hermosa vista sobre la ciudad.

Como ya he contado en otra ocasión, hay veces en que parece que deje de pensar, en aquel momento, la escena que tenía delante de mí hizo que se produjera uno de esos momentos.
Lo que mis ojos veían era un espectáculo que no había visto nunca, en algunos lugares se veía algún que otro incendio con el humo correspondiente, pero lo que más me llamó la atención, fueron unas lucecitas verdes por un lado y rojas por el otro que de repente salían de no se sabe donde y que seguían una trayectoria, mi primer impulso fue pensar en la guerra de los mundos y asustada le pregunté a mi marido:
-¿Qué pasa?- a lo que mi esposo, me contestó: -Nos invaden-, -¿Pero quién?, -¿Quién va a ser?, los gringos, mujer, los gringos.

Sólo me faltó darme yo misma un buen golpe en la frente, y decirme, ¡Mensa, pues claro!, si en realidad los estábamos esperando hacia un montón de tiempo, ya que cada semana las voces corrían como pólvora por toda la ciudad, con el consabido:- Esta semana sin falta nos invaden, el martes, ya es seguro, lo se de buenas tintas…, así llevábamos meses.
Y se llenaban los depósitos de gasolina de los coches, y se atiborraban las despensas.
Aunque yo creo que cuando se planea invadir un país, se debe usar el factor sorpresa, no ir avisando que:
El próximo martes “Dios mediante”, a las 1.700 horas invadiremos; rogamos por el bien de todos, que estén listos, tengan de todo no sea que luego les falte algo y la fastidiemos.

Por eso y sin avisar, la noche del 19 al 20 de Diciembre de 1989, los marines de las tropas de Estados Unidos de América invadieron Panamá.
Y ahí estábamos nosotros sin saber que hacer, ni para donde ir, con nuestras cosas preparadas en la puerta del apartamento, listos para salir en cualquier momento.
Supongo que el resto entra dentro de los límites de la normalidad en cuanto a invasiones se refiere, la verdad, no puedo comparar con ninguna más.

Hubo desembarcos en toda regla, saltos en paracaídas, bombas y disparos por todas partes, y los “GIjoe”, se paseaban por la ciudad, comiendo pizzas y Mac Dolands, cargados con sus mochilas, sus cananas y armas, y la gente aplaudía a su paso.
Los vecinos del edificio se unieron para montar guardias y defendernos de los batallones de la “dignidad”.
El día que todos los vecinos se reunieron, mi esposo y otro vecino, Vicente, se sintieron fuera de lugar, pues eran los únicos en todo el edificio que sólo podían defenderse con un cuchillo de cocina, que vergüenza, ¿A quién se le ocurre no tener una simple Kalashnikov en casa?, si hasta lo anuncian por la tele, ¿Quiere ser feliz?, ¡Ponga una metralleta en su vida!

El día 24 de diciembre, Noriega se entregó en la Nunciatura Apostólica de Panamá, quizás pensó ponerse al lado del más grande, ¿y quién más poderoso qué Dios?, y allí fue donde empezó el calvario del Nuncio, y de paso el nuestro también.
A estos Señores, los gringos, no se les ocurrió otra cosa que usar tortura Psicológica, para que Noriega se entregara, y la usaron, ¡vaya qué la usaron!, pero con todo bicho viviente que se encontraba a un radio de varios cientos de metros del lugar.
Durante varios días estuvieron amenizando nuestras vidas con “Heavy Metal”, que a todo volumen salía día y noche de unos altavoces enormes, estratégicamente emplazados, para mermar la moral del susodicho.

¡Virgen del amor hermoso!, así estuve de entregarme y declarar que yo había asesinado a Julio Cesar, para no tener que escuchar aquel ruido infernal ni un minuto más, en el barrio se organizaron novenas multitudinarias, para que el Señor iluminase al Nuncio y este le arreara una patada en el culo a Noriega, habían peregrinajes con velas encendidas hasta el lugar, pero los cánticos que la gente elevaba al cielo, quedaban callados por el sonido ensordecedor que salía de aquellos altavoces, e incluso hubo quien pensó en ir de rodillas hasta la zona del canal para ver si servía de algo, pero nada de aquello sirvió para que apagaran aquellos altavoces.
Así que no nos quedó otro remedio que aguantar y esperar que el Altísimo oyese nuestras súplicas y el hombre en cuestión se entregara, cosa que al fin hizo.
Nunca sabremos si fue debido a algún ultimátum que el Nuncio le dio, o simplemente porque la tortura había surtido efecto, pero un helicóptero lo recogió del jardín de la Nunciatura y se lo llevó.
Los vecinos reunidos en una manifestación delante del lugar, elevamos al cielo nuestros cánticos de gracias, aunque más tarde los medios de comunicación dijeran que era en rechazo al General, en realidad era la alegría que salía de nuestros corazones, producida por el silencio que por fin nuestra vida había recuperado.

He querido tomar a broma y poner un punto de humor en lo que durante varios días resultó una de las peores experiencias de mi vida, no me he puesto nunca, ni lo haré ahora, en ninguno de los dos lados, yo se lo que pasó en Panamá durante la invasión, también se como estaba Panamá antes de esta, ni apruebo, ni desapruebo, simplemente no opino.

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