martes, 25 de septiembre de 2007

El gran salto

Voy a estrenar esta nueva sección con una anécdota en la que soy la protagonista.
La gente que me conoce, sabe que a veces uso el cerebro, pero he de confesaros que otras, parece como si mis neuronas se negaran a producir sinapsis.
Dejad que os cuente una de las mayores vergüenzas que he pasado en mi vida, para que saquéis vuestras propias conclusiones.
Corría el año 1977, y era la primera vez que yo salía de España sin mi familia, iba con el que más tarde sería mi esposo, fuimos a Alemania, nuestro primer alto en el camino fue Berlín, allí nos encontraríamos con un amigo de colegio de mi novio, Conny, un tipo muy simpático.
El tiempo que pasamos allí, fue muy divertido, hasta que…
Una tarde, después de recorrer casi toda la ciudad, incluido un parque, que en mi recuerdo aparece interminable, Conny, al ver que yo ya no podía con mi alma, y aunque nos separaban dos estaciones hasta su casa, decidió que tomaríamos el metro.
Decididos, bajamos por las escaleras y en un periquete, nos encontramos en el andén esperando al metro.
El tren llegó y nos metimos en uno de sus vagones, encontré un asiento libre e inmediatamente le di un descanso a mis doloridos pies.
Desde luego el trayecto fue bastante corto, y cuando estábamos entrando en la segunda estación, Conny me hizo una señal para que me levantara.
El convoy fue disminuyendo la velocidad, y en ese momento mi amigo hizo algo impensable para mí, él mismo abrió las puertas del vagón y saltó en marcha, la velocidad del vehículo era lenta, y parece ser que él estaba acostumbrado a ese salto, pues se unió a la inercia que el tren llevaba y después de unas zancadas, quedó parado en el andén.
Ese fue el momento en que yo dejé de pensar, y sacando mis propias conclusiones, ¡aquí los metros no paran!, también salté, pero no tenía costumbre de dar semejantes saltos, ni mucho menos la envergadura de nuestro amigo. Así que en el momento que mis pies tocaron el quieto suelo, en su afán por acoplarse a la falta de velocidad, se enredaron entre ellos, y mi cuerpo se vio impelido hacia delante, saliendo disparada por el suelo recorriendo todo el andén.
En el mismo instante que yo quedaba parada boca abajo en el suelo, con los brazos en cruz, el metro paró y todos los pasajeros del vagón, se arremolinaron en las puertas, para ver si semejante loca se encontraba entera, fue entonces, cuando mi novio se apeó, y acercándose a mí, me dijo muy solícito:
-¿Estás loca, cómo se te ocurre saltar en marcha?
Físicamente me encontraba bien, pero mi orgullo quedó magullado y lleno de moretones durante un tiempo. No os podéis imaginar como duele el orgullo cuando, es presa de la inconsciencia y de la velocidad.
Ahora que el metro de Barcelona, tiene esos nuevos vagones, en los que uno mismo puede abrir las puertas, eso si, cuando el tren está parado, siempre recuerdo mi aterrizaje en aquella estación de nombre impronunciable. Me sujeto a todo lo que tengo a mano , y no dejo que nada distraiga mi concentración, en el momento crucial en que mi pie se posa en el andén.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como olvidarse de semejante anecdota! Eso si, fue mucho mas divertida cuando la contaste y la actuaste en persona... incluso con la actuacion estelar de Ralph cuando te dada el reto... jajajaja
Aqui en el metro no hay muchos eventos malabaristicos como el tuyo, pero por ejemplo hoy estuvo detenido en una estacion mas de lo normal porque tuvieron que sacar un perro vagabundo, que vaya uno a saber como se habia metido (o quien le habia pagado el pase, o mas aun, a que estacion iria?)
Abrazos
Jorgito

Angels dijo...

Es un problema de desinformación Jorge, el pobre animal, no sabría que no se anda por los túneles, si no que se debe subir uno al vagón, y avisarle, claro está, de que ni se le ocurra saltar en marcha, que es malo para el Ego. Besos.
Ángels