domingo, 16 de diciembre de 2007

Un encuentro con el terror


Como no soy muy espabilada en estas cosas de la informática, y no se como hacer para que el post continúe sin que este todo ahí, he decidido partirlo en dos.
Es un pequeño cuento y está dedicado a mi amigo Raúl, al que quiero mucho, fue él quien me contó una pequeña anécdota con esas dos chicas, yo simplemente dejé volar mi imaginación y organicé este lío, espero que os guste.

UN ENCUENTRO CON EL TERROR

Lo que os voy a relatar es una historia verídica como la vida misma, del que fue protagonista un querido amigo mío.
Queridos amigos, espero, que vosotros sepáis huir en el caso de que os encontréis en algo parecido, es por eso, que precisamente os estoy relatando los hechos, que por muy crudos y realistas que os parezcan, os deben hacer recordar en todo momento que esto también os podría haber pasado a vosotros.
Raúl, que así se llama mi amigo, es una persona normal y corriente, si es que a una mente pensante se le puede llamar normal, teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Es un hombre de mediana estatura, de complexión normal y con andares seguros y confiados.
Pero bueno, tampoco es que sea algo del otro mundo, es…. normalillo.
Volviendo a la historia que nos interesa, os quiero relatar la horrible y dantesca experiencia de la que fue el susodicho, protagonista.
Este pobre hombre, de porte agradable y trato dicharachero, se encontraba como cualquier hijo de vecino, tomando una ligera colación en algún lugar, junto con los amigos a los que acostumbra a frecuentar y con los que mantiene entretenidas conversaciones sobre lo humano y lo divino, pues bien, en este grupo, por cierto, muy variopinto, se encontraban dos especimenes cuyo coeficiente intelectual rayaba lo absurdo, más bien diría yo, que para lo único que les servía la cabeza, era para mantener las orejas separadas.
Como nuestro protagonista debía levantarse temprano al día siguiente para cumplir con tareas relacionadas con su profesión, decidió que ya era hora de retirarse, y como es todo un caballero, atendió a las súplicas más o menos insistentes de estas dos, digamos, señoritas, y las acompañó con su vehículo hasta su casa, que también era el lugar de residencia temporal de una de ellas.
Durante el trayecto hacia la casa, la conversación de estos dos especimenes tan sumamente singulares, empezó a tomar tintes que podrían a ser llamados incoherentes, pero mi querido amigo, haciendo gala de una paciencia de Santo varón, prefirió contestar cortésmente si creía que alguna de ellas se dirigía a él, y el resto del tiempo lo pasó paseando su mente por los recovecos del universo.
Al llegar al lugar de residencia de Raúl y la damisela en cuestión, los tres se apearon del vehículo, Raúl con paso decidido se dirigió sin más preámbulos ni dilaciones a su habitación, y los dos especimenes se dirigieron sin pausa, pero sin prisa a la otra habitación, para preparar la maleta de una de ellas ya que se disponía a volar a otro país.
Mi amigo pensó, que aquel desenfrenado ruido monocorde y monotemático que salía por la boca de aquellas dos irresponsables, había terminado sin dañarlo en ningún momento. Así que dándole gracias a los Dioses del Olimpo, se dispuso a entregarse a los brazos cariñosos de Morfeo, (para los que no estén en la onda, Dios Griego del sueño).
Mientras tanto, las dos Damiselas, se dirigieron a la habitación que una de ellas ocupaba para hacer la maleta, y así poder emprender al día siguiente el viaje en cuestión, ¡Loados sean los Cielos!
No había llegado a cubrir su humilde cuerpo con las mullidas y protectoras ropas de cama, cuando, de lejos le llegaron las voces estridentes y disonantes de aquellas dos mujeres por el pasillo, mi pobre amigo con resignación, colocó su cabeza sobre la protectora almohada, y se dispuso a abandonarse displicentemente en los brazos del anteriormente citado.
La conversación que estas lindas damas mantenían entre ellas, era simplemente espeluznante y espantosa, y los oídos de nuestro amigo empezaron a sufrir un dolor parecido a una fuerte otitis, era, amigos míos algo esperpéntico, parece ser, según me contó mi amigo, después de su larga recuperación, que además del tono de voz, que era algo así como el que produciría una persona normal a la cual se le ha introducido una patata en la boca y se le ha obligado a recitar algún capítulo del Quijote.
Pues bien, decía que no sólo era el sonido de sus voces, si no la conversación en la cual se mantenían ocupadas, que era de lo más particular y vacía.
Cada una de ellas, se encontraba y por turnos, claro está, enfrascada en un monólogo sin sentido, que a la vez que ensalzaba las cualidades de la otra, tenía por objetivo demostrar en todo momento, lo buena que era en su trato con la otra, es decir, una especie de Madre Teresa, pero mirándose el ombligo constantemente, el Ego de cada una de ellas se encontraba en todo momento en proceso de expansión y desarrollo.
Su tema de conversación, si es que se le puede llamar así, giraba en torno al color de los zapatos, bolso, blusa, falda y lo adecuado que estos eran al combinarlos sobre la piel de la interfecta en cuestión, la admiración que esto generaba en la otra producía un efecto sobre la anterior que era una mezcla de orgullo y modestia, todo ello mezclado, con una repetición constante del consabido sonsonete –Ayyyyyyyyyy, chica, tu exageras, óssssssea no...

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