martes, 25 de marzo de 2008

José


José vendido por sus hermanos:

José era hijo de Israel y en el momento en que llegamos a esta historia tenía dieciséis años.
Era el pequeño de una familia numerosa y había nacido cuando Jacob, su padre, ya era muy viejo, razón por la cual lo quería mucho y le consentía en todo lo que quería, tanto así que le mandó hacer una túnica de colores de manga larga la mar de mona, que se convirtió en la envidia de la comarca.
José cuidaba ovejas junto con sus hermanos; aunque ellos no lo podían ver, al punto que cuando se lo encontraban le giraban la cara y no lo saludaban; no me extraña, mimado y encima con la túnica más bonita de toda la región.
Según cuentan las “Escrituras”, parecer ser que José fue el primer vidente de la historia pues podía interpretar los sueños que tenía, uno de los sueños consistía en que estaban en el campo haciendo manojos de trigo, de repente el de José se levantó y se quedó derecho y los manojos que habían hecho sus hermanos se pusieron a su alrededor y le hicieron reverencias.
Ya os podéis imaginar a los hermanos, si antes no lo podían ver, ahora, con el cuento de los manojitos pues no estaban muy contentos que digamos.
-¿Qué se habrá pensado este niñato, qué porqué tiene una túnica de manga larga piensa que todos nos tenemos que poner a sus pies?- decían sus hermanos.
Pero el muchacho, en lugar de callarse, cada vez que tenía otro sueñito corría como loco a contarlo.
-¿Sabéis?, vi el sol y la luna y once estrellas que me hacían reverencias.
El padre tuvo que intervenir llamándolo a capítulo y diciéndole lo mismo que sus hermanos, pero con cariño, eso de los sueños lo tenía muy preocupado, creía que eran puro cuento y que José se estaba pasando, pero bueno, teniendo en cuenta de que era el mimado de la casa tampoco le decía gran cosa.
Un día, los hermanos se fueron a Siquem buscando pasto para las ovejas y el padre que parece ser no se fiaba ni un pelo de ellos le dijo a José:
-Tus hermanos están en Siquem ve a ver como están ellos y las ovejas y tráeme la respuesta.
Rápidamente José le contestó que iría con mucho gusto, se enteraría de lo que hacían sus hermanos y de paso les podría contar alguno de sus sueños.
Así que se fue para allí, pero cuando llegó y después de haberse perdido tantito por la región, resultó que sus hermanos se habían ido a otro lugar llamado Dotán, camino que emprendió sin pensárselo dos veces, las órdenes del padre había que cumplirlas, además se moría de curiosidad por saber que es lo que hacían tan lejos y sin avisar a su Padre.
Los encontró desde luego en Dotán y estos, al verlo venir se dijeron entre ellos:
-¡Vaya!, ¿Es qué no nos podremos librar de este tío jamás, siempre ha de meter las narices en todo lo qué hacemos?
Y como ya estaban hasta la coronilla de su hermano planearon cargárselo.
-Le arreamos un golpe y luego lo tiramos a un pozo y decimos que un animal se lo comió, ¡vamos a ver si esto también lo ha soñado! – dijo uno de ellos preparándose para darle el mamporro mientras le reían la ocurrencia.
Pero uno de ellos, Rubén, que tenía mejor corazón que los otros les dijo:
-No lo matemos, echémoslo en ese pozo que está en el desierto, pero no le pongáis la mano encima.
Así que cuando José llegó a donde estaban le quitaron la bendita túnica y en pelota picada, lo tiraron al pozo que estaba seco y tan tranquilos se pusieron a comer al lado de este.
Mientras comían, pasó una caravana de ismaelitas que llevaban perfumes, bálsamo y mirra para venderlos en Egipto.
Otro hermano, Judá, le dijo al resto, ¿Qué ganamos con matarlo y después tratar de ocultar su muerte? Mejor lo vendemos a los ismaelitas, después de todo es nuestro hermano.
¡Qué considerado!, así luego se repartirían los beneficios y con eso podrían organizar una parranda inolvidable, sus hermanos estuvieron de acuerdo, no me extraña, de esa manera, se deshacían del pesado de la túnica y de una, de sus sueños de grandeza.
Cuando los ismaelitas llegaron lo sacaron del pozo y lo vendieron por veinte monedas de plata y así es como José llegó a Egipto.
Así que cuando llegó Rubén, que no se sabe donde estaba y vio que el muchacho había desaparecido del pozo, rasgó su ropa en señal de dolor; seguro que lo que quería era la túnica de manga larga, se volvió a sus hermanos y les dijo:
-José ya no está, ¿qué voy a hacer?
Pero sus hermanos dijeron:
-No hacía falta que rasgaras tu túnica, pues la de José no será para ninguno de nosotros.
Los demás se quedaron con la boca abierta, pues ya había algunos que se estaban frotando las manos pensando en lo elegantes que se verían metidos en esa hermosa túnica de mangas largas.
La dichosa túnica de colores fue rasgada y los trozos fueron manchados con la sangre de un cabrito que mataron y, convertida en jirones la mandaron a su padre con un mensaje anónimo que decía:
-Encontramos esto, fíjate bien si pertenece o no a la túnica de tu hijo José.
Desde luego cuando el padre la reconoció, un poco más le da un soponcio, pero tuvo fuerzas para decir:
-Si, es la túnica de mi hijo, algún animal salvaje lo hizo pedazos y se lo comió.
Entonces rasgó sus vestiduras y se vistió de luto y por mucho tiempo lloró la perdida de su hijo diciendo que lo llevaría hasta que se reuniera con él entre los muertos.
Espero que no se les muriera mucha gente porque no deberían ganar para ropa, tanto rasgar, qué desperdicio de tela y dinero.
Y el muchacho marchó con la caravana de hacia Egipto donde fue vendido a Potifar, un funcionario del faraón y capitán de su guardia.

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