domingo, 1 de junio de 2008

Moisés regresa a Egipto


Moisés, regresó corriendo y muy alterado a casa de su suegro y le dijo:
-Tengo que regresar a Egipto, donde están mis hermanos de raza. Quiero ver si todavía viven.
-Anda, que te vaya bien-, contestó su suegro.
Se ve, por la forma de contestar, que el hombre tenía unas ganas terribles de quitárselo de encima, no me extraña, ¡Por Dios, lo invitó a comer!, es que no me lo puedo sacar de la cabeza, ¡A comer!, ¿Os podéis imaginar?, vosotros invitáis a comer a alguien y este se queda a vivir, se casa con vuestra hija, si es que la tenéis, claro y ve tu a saber cuantos años se quedaría hasta que dijo que se iba, desde ese punto de vista, la contestación del pobre suegro, por muy seca que suene, es totalmente razonable, ¿No creéis?.
Así que Moisés se puso en camino, y mientras aún estaba en la región de Madián, el Señor, se le apareció de nuevo a Moisés y le dijo:
-“Regresa a Egipto pues ya han muerto todos los que querían matarte”.
¡Hombre!, también se podía haber fijado antes, ¿No?, porque ya me dirás tu, el pobre Moisés carga con todas sus cosas, su esposa Séfora, el chico y ¡Hala!, para Egipto que el Señor lo ha dicho, ¿y si resulta que no se ha muerto el Faraón y aún pesa sobre su cabeza la pena de muerte, qué?, ¿Entonces, qué pasa, eh, que hubiera pasado?, esas cosas hay que planearlas con tiempo, ¡Vamos, digo yo!.
Así que de nuevo se montaron en el asno y se encaminaron a Egipto sin olvidar el bastón de Dios en la mano.
Parece ser que por el camino tuvo varios encuentros con el Señor.
En uno de ellos, el Señor le dijo:
-“Cuando llegues a Egipto, pon toda tu atención en hacer ante el faraón las maravillas que te he dado el poder de realizar.
Yo, por mi parte, voy a hacer que él se ponga terco y que no deje salir a los israelitas. Entonces le dirás al faraón: Así dice el Señor: Israel es mi hijo mayor.
Ya te he dicho que dejes salir a mi hijo para que vaya a adorarme; pero como no has querido dejarlo salir, yo voy a matar a tu hijo mayor”.
La verdad, es que no entiendo eso de que iba a hacer que el faraón se pusiera terco, por un lado quiere que los deje salir y en cambio por el otro, dice que él mismo hará que no los deje salir, ¿Qué es lo que se trae entre manos?
Y eso de que si no los deja ir matará a su hijo, al del faraón, o sea, y para aclarar la situación:
Moisés llega ante el faraón para hacer una petición; que los deje salir a adorar a su Dios, el poderoso aliado que tiene y que supuestamente debe hacer todo para que los deje ir, va a hacer que este se ponga terco y por si esto fuera poco, lo amenaza con matar a su hijo si no los deja salir, esto no tiene sentido, ningún sentido, pero sigamos para ver si esto se aclara, que esto debe ser otro de esos designios raros de entender.
Si lo anterior no tiene sentido, lo que viene ahora mucho menos, porque en las “Escrituras” sigue diciendo:
Durante el camino y en el lugar donde su familia iba a pasar la noche, Dios le salió al encuentro y quiso matarlo.
¿Ya se había dado cuenta de que Moisés no era el indicado y no sabía cómo decírselo?
Porque después del rollo que le contó en el monte con la zarza y todo el lío del bastón, la lepra y del cabreo que cogió con las excusas de Moisés, yo creía que la cosa ya estaba clara y que Dios estaba decidido de que sería Moisés quien haría el trabajo, así que no entiendo a que viene eso ahora de querer cargárselo, no lo entiendo, ni tampoco dice nada de eso en la “Escrituras”, pero bueno, sigamos.
Entonces Séfora, ni corta ni perezosa fue rápidamente a buscar un cuchillo de piedra y le cortó el prepucio a su hijo; o sea la pielecilla del minganillo, y tocando con el prepucio los pies de Moisés le dijo así:
-En verdad, tu eres para mi un esposo de sangre.
¡Qué cosa más asquerosa!, ¿Por qué haría una cosa así?, ¿Qué sentido tiene?, pero debería ser algo muy importante porque entonces el Señor lo soltó y Séfora dijo entonces que Moisés era esposo de sangre debido a la circuncisión.
¡Qué cosas más raras hacían en aquellos tiempos!, la verdad es que ellos se debían entender, porque yo no entiendo nada.
A todas estas, el Señor ya se había encontrado con Aarón y le había dicho:
-Ve al desierto a encontrarte con tu hermano.
Y claro, quién iba a hacer lo contrario, así que los dos hermanos se encontraron en el monte de Dios y se abrazaron efusivamente con besos y abrazos.
Moisés lo puso al día de las cosas, le contó lo que el Señor le había dicho y también la grandes maravillas que el Señor le mandaba hacer.
Los dos juntos se fueron a reunir con los ancianos de Israel, y allí Aarón les contó que el Señor se le había aparecido a Moisés y sin ninguna duda lo creyeron y se inclinaron en actitud de adoración.
¡Tanto miedo, tanto miedo!, ya ves, lo creyeron de inmediato. ¡Hombres de poca Fe!
Así que bien contentos por el éxito que habían tenido con los ancianos, se fueron a ver al faraón y una vez allí le dijeron muy confiados:
-Verás, venimos a ti porque el Señor nuestro Dios se ha comunicado con nosotros y ha dicho así:
-Deja ir a mi pueblo al desierto para que hagan una fiesta allí en mi honor.
¡Hala!, parece que la reunión con los ancianos los animó de lo lindo, porque la cosa era que tenían que ir al desierto a hacerle ofrendas y de ofrendas estos dos se fueron directos a una fiesta.
El faraón muy puesto en su sitio les contestó muy serio y propio:
-¿Y quién es el “Señor”, para que yo deje ir a los israelitas?
Claro, como nunca había dicho su nombre, pues no me extraña, ¿Cómo iba a saber quién era el Señor?, pero sigamos escuchando que la cosa aún no había terminado, pues el faraón era un tanto chulo.
-Ni conozco al Señor ni voy a dejar ir a los israelitas.
Y entonces ellos, muy puestos en el papel, le dijeron de esta manera:
-El Dios de los hebreos ha venido en nuestro encuentro, así que vamos a ir al desierto, a una distancia de tres días de camino, para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios, no sea que nos haga morir por una peste o a filo de espada.
Bueno, ellos lo conocían bien y sabían cómo se las gastaba, pero de todas maneras también se lo dejaron caer para que viera, que tampoco su Dios era como para tomárselo en broma.
El faraón que se había puesto terco, eso ya lo sabían ellos que pasaría, así que no se extrañaron cuando les dijo:
-Moisés, Aarón, ¿Porqué distraen a la gente de su trabajo?, ¡Vayan a seguir trabajando!
Y siguió diciendo:
-Ahora que hay tantos israelitas en el país, ¿Vais a hacer que dejen de trabajar?,- levantándose del trono salió de la sala, dando la audiencia por terminada.
Más tarde y con muy mala idea, por no decir otra cosa, convocó a sus capataces y les dijo de esta manera:
-Ya no les deis más paja a los israelitas para que hagan adobes, como se ha estado haciendo, ¡Qué vayan ellos mismos a buscarla. Pero exigidles la misma cantidad que han estado haciendo hasta ahora, ¡Ni un adobe menos!, son unos holgazanes y por eso gritan: ¡Vayamos a ofrecer sacrificios a nuestro Dios!
La cosa se les estaba poniendo chunga a los pobres israelitas, de verdad esas ideas de Dios no hay humano que las entienda y siguió diciendo:
-Haced trabajar más duro a esa gente; mantenedlos ocupados para que no hagan caso a mentiras.
Los capataces salieron volando a impartir las órdenes pertinentes
Así que los israelitas se dispersaron por todo el país en busca de paja y desde luego los capataces les exigían la misma cantidad de adobes que hacían antes y encima de eso, además golpeaban a los jefes de grupo israelitas preguntándoles:
-¿Porqué no hacéis la misma cantidad de adobes que hacíais antes?
Hartos de aquellos tratos, los jefes de grupo israelitas se fueron ante el faraón y le plantearon el problema.
-Antes se nos daba la paja y ahora no nos la dan y encima nos exigen el mismo número de adobes que antes y por si esto no fuera poco encima se nos golpea. La culpa es de la gente de vuestra Majestad
Pero el faraón erre que erre, les dijo:
-Lo que pasa es sois unos holgazanes y vais diciendo por ahí, ¡Vayamos a ofrecer sacrificios a nuestro Señor!, ¡Iros a trabajar!, tendréis que seguir buscando la paja y haciendo el mismo número de adobes que hacíais antes.
Cuando salieron de hablar con el faraón, estos se encontraron con Moisés y con Aarón que los estaban esperando y estos les hablaron de esta manera:
-Vosotros sois los culpables de lo que os pasa con el faraón y de que este ahora nos mire mal a todos, ¡Qué el señor vea que es lo que habéis hecho y os castigue!, vosotros mismos habéis puesto la espada en sus manos para que os mate.
Aquella pobre gente no entendía nada, lo de los adobes había empezado desde que aquellos dos locos habían llegado y habían estado hablando con el faraón, ¿Y ahora resultaba qué eran ellos los culpables de todo aquel desaguisado?, ¡óigame no!

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